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Patricia Beltrán

Profesora de danza

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Dioses egipcios – Nut y Geb: El abrazo eterno del cielo y la tierra

En la vasta mitología egipcia, pocos relatos son tan evocadores como el de Nut y Geb, la pareja divina que personifica el cielo y la tierra. Su historia no es solo un mito de creación: es también una metáfora de la unión y la separación, de la fertilidad y de los ciclos eternos que rigen la vida.

Nut, la dama del firmamento

Nut es la diosa del cielo, representada como una mujer de cuerpo alargado y arqueado, cubierta de estrellas, que se inclina sobre la tierra. Su silueta suele mostrarse extendida, con manos y pies tocando la tierra, mientras su cuerpo forma la bóveda celeste.

Para los egipcios, Nut era el lienzo donde cada noche nacían las estrellas y donde, al amanecer, el sol renacía. Según la tradición, Nut tragaba al sol cada tarde y lo daba a luz de nuevo al amanecer, asegurando así la continuidad del ciclo vital. Era, por tanto, la madre protectora del cosmos, garante de que nada quedara interrumpido.

Geb, el señor de la tierra

Geb es el dios de la tierra, representado como un hombre acostado sobre el suelo, a menudo con el cuerpo pintado de verde para simbolizar la fertilidad. De él brotan las plantas, los ríos y todo lo que nutre la vida.

Pero Geb no es solo el terreno fértil: también es la tierra como sepultura. Los muertos descansaban en su interior, confiando en que su abrazo los condujera al más allá. De ahí que Geb tuviera un papel dual: generoso y fértil, pero también silencioso y eterno en su función de guardián de los difuntos.

La separación cósmica

Según el mito, Nut y Geb estaban unidos en un abrazo inseparable. Su amor era tan fuerte que no dejaba espacio para nada más. El aire, Shu, hijo de Ra, tuvo que interceder: se colocó entre ambos y separó el cielo de la tierra, levantando a Nut hacia lo alto y presionando a Geb hacia abajo.

Esa separación fue dolorosa, pero necesaria. Solo así se creó el espacio donde la vida pudo desarrollarse: los hombres, los animales y las plantas habitan en ese espacio intermedio, en el aliento de Shu que mantiene a cielo y tierra distantes, pero siempre anhelantes.

Padres de los dioses

De la unión de Nut y Geb nacieron algunas de las deidades más importantes del panteón egipcio: Osiris, Isis, Seth y Neftis. Esta descendencia sitúa a Nut y Geb como ancestros divinos y les da un papel central en el orden cósmico. No son figuras aisladas, sino el fundamento de la genealogía divina.

Cielo y tierra en equilibrio

La relación de Nut y Geb no solo explica el origen del mundo, sino que también refleja una enseñanza profunda: el equilibrio entre cielo y tierra, entre lo espiritual y lo material.

Nut recuerda la infinitud del cosmos, la renovación constante, la promesa de un nuevo amanecer.

Geb nos habla de la raíz, de lo tangible, de lo que nutre y sostiene, pero también de la finitud y del descanso eterno.

Para los egipcios, comprender esa dualidad era esencial. Todo en la vida dependía de mantener la armonía entre ambos: sembrar en la tierra mientras se miraba al cielo, honrar a los ancestros bajo Geb y esperar renacer con Nut.

Un mito que sigue vivo

Hoy, miles de años después, la imagen de Nut y Geb sigue siendo poderosa. Su abrazo, separado pero eterno, nos recuerda que la vida se desarrolla precisamente entre lo visible y lo invisible, lo material y lo espiritual.

Al mirar el cielo estrellado o al pisar la tierra fértil, estamos evocando, sin saberlo, el antiguo mito egipcio que dio sentido al universo: el encuentro imposible y eterno entre Nut y Geb.

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