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Patricia Beltrán

Profesora de danza

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Danza oriental y embarazo

Mi experiencia

Era febrero de 2007 y me enteré de que estaba embarazada. Hacía solo 4 meses que había abierto mi Escuela de Danza en Pamplona y había pasado medio enero en Egipto con mi pareja.

En pocas semanas noté que mi barriga crecía (lo que a mí me parecía) muy deprisa. Por eso quizá, tenía la intuición de que podría tener más de un bebé.

En la primera ecografía le dije al médico que creía que traía dos bebés y me aseguró que no. Él veía solo a uno. Anotó todas las medidas y casi al terminar soltó un… ¡ostras, pues sí que hay dos!

Y ahí comenzó el gran viaje. Tenía gemelas idénticas. Pero no en la misma bolsa, eran gemelas con bolsas independientes. Tener gemelas era mi sueño, no me digas porqué, pero me encantaba la idea de tener dos niñas iguales.

Todo fue bien hasta pocos días después, en la siguiente revisión. Me dijeron que había una que tenía un crecimiento normal y que la otra no crecía lo que debería. Reposo total desde entonces.

Tuve que contratar a otra profesora que hiciera todas mis clases, ya que yo debía estar quieta hasta el final. Fue un golpe doble, porque la Escuela estaba recién abierta y perdí muchas alumnas en esos meses. Además, el de estar parada, que para mí es complicado.

A duras penas avanzaron los meses y en cada revisión más de lo mismo, una crece bien y la otra no.

En el séptimo mes de embarazo al hacer el médico las comprobaciones, me dijo que había que operar urgentemente porque si no iba a perder a las dos.

Me encontré haciendo la maleta para salir ese mismo día rumbo a Barcelona al Hospital Clinic, especializado en cirugía fetal. Pasé el día siguiente completo haciéndome las pruebas previas a la operación. En ese hospital tienen maquinaria muy avanzada y vieron exactamente el problema.

Me aconsejaron abortar a las dos por el riesgo de malformaciones o enfermedades graves en caso de que alguna de las dos sobreviviera. La otra opción era intentar separar las placentas para que, si alguna sobrevivía, lo hiciera por sus propios medios sin afectar a la otra.

Tenían TFF, síndrome de transfusión feto-fetal, que significa que había una desviación de venas y arterias en la placenta que hacía que no tuvieran un reparto equitativo de nutrientes. Eso es una operación sencilla y eficaz. Pero había algo más. Además, descubrieron que la placenta no se había formado bien y tal y como estaban colocados los cordones umbilicales a una (la que crecía normalmente) le correspondía un 90%, y a la otra, el 10%.

Me lo dijeron muy claro, hay una posibilidad entre un millón de que se junten estos dos problemas. Y allá estaba yo, que no compro lotería, pero que quizá debería probar suerte.

Mi pareja y yo lo tuvimos muy claro, queríamos salvar a las dos, al menos intentarlo.

Al día siguiente bien temprano me bajaron al quirófano. Mi primera vez. Me pareció el lugar más frío del planeta.

Me dijo la enfermera que me llevaba que no me asustara, que había unos 25 médicos esperándome. Ese hospital es pionero en operaciones a fetos y como mi operación era tan rara y especial habían venido solo para mi operación médicos de todo el mundo.

Los médicos estaban convencidos de que la bebé pequeña estaba viva gracias a que su hermana le pasaba alimento a través de la placenta. La operación consistía en separarlas porque si no, la mayor podía morir por pasarle sus nutrientes esenciales para formarse. (¿Por qué pasaran estas cosas?)

Como solo le correspondía un 10% a la que no crecía bien, sucedió lo que ellos ya me habían avisado… En cuanto separaron la placenta, murió.

Pero fue la única forma de salvar a la otra, mi pequeña Salma.

Cómo son las cosas en la vida, mientras estábamos mi marido y yo en El Cairo nos alojamos en un hotel llamado Salma y hablando una noche, quedamos que, si algún día teníamos una hija, nos encantaba el nombre para ponérselo. Y, ¿sabes qué? Hasta ese momento, y habían pasado 7 meses de embarazo, no habíamos dado con otro nombre que nos gustara. Parece que el destino estaba escrito y no teníamos que buscar más que un nombre.

Vuelvo al quirófano, donde escuchaba frases en todos los idiomas. Era anestesia local así que me enteré de todo en tiempo real. Me preguntaron una vez más si quería abortar a la que quedaba viva, por el riesgo que tenía de sufrir alguna enfermedad grave. Y como lo tenía claro, volvía a la habitación con Salma viva en mis entrañas. Y también con la otra muerta, esa parte fue dura.

Me parecía cruel para Salma haber vivido con su hermana hasta ahora y de pronto dejar de sentirla. Iba a tener que convivir el resto del embarazo con su hermana muerta y eso me mataba de dolor. Pero no había más opción.

Como mi caso iba de uno entre un millón, va y descubren al día siguiente que se había rasgado un poco la bolsa de Salma y que estaba perdiendo líquido. En lugar de pasar 3 días en el hospital, pasé una semana y el reposo fue absolutísimo porque a la mínima la perdería.

Ella era muy fuerte y tenía tantas ganas de vivir que consiguió aguantar un mes más dentro de mí.  Entonces estaba ya de 8 meses y justo esa semana me habían dicho que ya era viable que naciera porque estaba formada. Mi hija lo debió escuchar y quería salir cuanto antes. Esa mañana se rompió la bolsa del todo y empezaba el día del parto.

¿He dicho día? Con qué optimismo lo recuerdo… porque en realidad fueron dos. Y a mí me parecieron catorce.

Como era de esperar, tuve un parto horrible. Como no tenía contracciones, tuvieron que ponerme la famosa oxitocina para poder dilatar y a pesar de que Salma quería salir, mi cuerpo no estaba listo. Y tardé 28 horas en dilatar. Se dice pronto. A las 15 horas más o menos me pudieron poner la esperada epidural, pero adivina qué. No me hizo nada. Nada de nada. Cero. Me ponían más anestesia, pero debía estar pinchada en la cama porque a mí, no me hacía nada.

Cuando ya no tenía fuerzas ni para gritar, me cambiaron la epidural y la volvieron a pinchar. Esta segunda vez sí me alivió. Y menos mal, porque ya me quería morir directamente. Ese ratico hasta que terminé de dilatar fue genial, me dio tregua y pude descansar algo.

Cuando llegó el momento de empujar en 5 minutos terminó todo. Después de lo mal que lo había pasado saqué fuerzas de no sé dónde y Salma salió rápido. Solo me faltaba que después de 28 horas, me dijeran que había que hacer cesárea. No no, yo iba a sacar la leona que llevo dentro para parir a mi hija, eso lo tenía claro.

Nació Salma y tuve que seguir empujando para sacar también la otra bebé, claro. Guardaron todo para sus investigaciones y me pusieron a mi hija en brazos. Estaba limpia y preciosa y me llamó la atención muchísimo porque abrió unos ojos enormes y me miró fijamente, como si estuviera ansiosa por verme la cara.

Estaba completamente sana y a pesar de no haber llegado al noveno mes tenía un peso y altura normales. ¡Eso eran muy buenas noticias! Me volvieron a avisar que con todo lo que había pasado podía ser que alguna enfermedad o patología saliera a la luz más adelante conforme iría creciendo, pero ahora mismo tiene 13 años y está perfecta.

La recuperación fue dura, porque había estado varios meses sin moverme. Me podía pensar que eso era lo normal después de cualquier embarazo, pero al poco tiempo tuve a mi segunda hija y por eso puedo comparar.

Mi segundo embarazo

Mi sueño de tener gemelas ya no podía ser, pero me daba pena que durante 7 meses Salma hubiera convivido con una hermana y que de un momento a otro hubiera dejado de moverse. Sabía que siempre iba a tener eso marcado, por eso decidimos tener otra hija enseguida. Digo otra hija porque sabíamos que sería chica para completar el hueco. Y no nos equivocamos.

En pocos meses me quedé embarazada de nuevo y a los nueve meses tuve a mi segunda hija, Maya. Se llevan solo un año y cuatro meses y, aunque ahora se llevan a rabiar, sé que estaban destinadas a estar juntas y que dentro de un tiempo serán uña y carne.

Este embarazo fue normal, solo tuve diabetes gestacional, pero eso para mí era coser y cantar. Podía moverme, podía dar clases y podía bailar, ¡qué maravilla!

Estuve en movimiento hasta una semana antes de dar a luz y tuve un parto maravilloso y rápido. Tuve contracciones desde las nueve de la mañana, fui a urgencias a las once de la noche y nació a las cuatro y veinte de la madrugada. Ya sé que otras van y en una hora tienen todo hecho, pero a mí me pareció rápido y soportable. No hay como tener con qué comparar…

El parto fue normal, yo estaba con ánimo y con fuerzas y ni siquiera me dieron puntos. A las dos horas me hicieron levantarme de la cama y pude hacerlo sin problema.

Me recuperé en pocos días y volvía a mis clases enseguida.

Mi experiencia

He querido contarte todo esto para que de verdad veas que lo que te voy a contar sobre la danza y el embarazo no es de libro, es de la vida real, de haber pasado por dos embarazos muy opuestos, uno sin moverme y otro bailando, y te aseguro que la diferencia es abismal.

Antes de recomendarte mucho la danza oriental durante el embarazo, quiero aclarar que hablamos de un embarazo normal, que todo esté bien. En ese caso, los médicos lo recomiendan, pero asegúrate de que no hay ningún problema con tu caso. Pregunta a tu ginecólogo primero si tienes cualquier duda.

La danza oriental es el ejercicio más recomendado por los especialistas en esta importante etapa de la vida por todos los beneficios que aporta a nivel físico y psicológico. Practicarla durante el embarazo y postparto ayudará a tu cuerpo a prepararse y recuperarse más fácil y armoniosamente.

Los 5 beneficios de bailar danza oriental durante el embarazo

Y ahora sí, voy a hablarte de todo lo que tiene esta danza para aportarte en esta etapa de tu vida:

1. Fortalece a la zona lumbar

Con los cambios durante el embarazo esta delicada zona suele cargarse y causar molestias. Esta danza ayuda a corregir la postura, alinea el cuerpo, mejora el equilibrio y coloca bien los ejes. Conseguirás fortalecer además la musculatura del tronco y tu espalda estará más protegida.

2. Tonifica el suelo pélvico

La mayoría de los movimientos de la danza árabe están centrados en el tronco y cadera, así que abdominales y suelo pélvico trabajan activamente, haciendo que se vuelvan más fuertes, resistentes y flexibles. Además, el trabajo consciente sobre la zona del vientre ayudará en gran medida en el momento del parto, dándote mucha más fuerza a la hora de empujar. Y tendrás una recuperación posterior más rápida. Tener un suelo pélvico fuerte previene las pérdidas de orina, así que todo son ventajas.

3. Relaja el cuerpo, la mente de la mamá y del bebé

Los sinuosos y ondulantes movimientos proporcionan al bebé un suave y agradable masaje que le relajará y oxigenará. La consciencia sobre el movimiento y el cuerpo favorecen la comunicación con el bebé creando un vínculo más consciente.

4. Mejora el estado de ánimo

Un rato de desconexión de la rutina viene genial siempre, pero si además bailas de manera consciente y disfrutas de la suave música árabe, los beneficios se multiplicarán. Tras las clases las alumnas salen siempre relajadas y con niveles más altos de energía, lo que viene de maravilla en esta etapa.

5. Recuperación post parto

Los movimientos de esta bella danza ayudarán a la recuperación del suelo pélvico y el tono de la musculatura en general. Además, este tipo de ejercicios reduce el riesgo de sufrir depresión post parto y te ayudará a recuperar tu figura más rápidamente.

Cuéntame en los comentarios, ¿has bailado danza oriental durante tus embarazos? ¿cómo ha sido la experiencia?

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